Hace unos días me pidieron que fuera a un velatorio a rezar por un hombre bastante mayor que había fallecido. Es muy común que a los curas nos convoquen para ese momento familias que habitualmente no participan de las celebraciones de la Iglesia y es un momento delicado en el que hay que estar atento y a la vez no ser invasivo, rezar con seriedad y a la vez cercanía, encontrar la forma de comunicarse de la mejor manera posible con personas desconocidas y que viven un momento muy especial. A veces el pedido llega de un solo familiar que pide por la presencia del cura y todos los demás no están interesados en lo que uno está haciendo. En algunas ocasiones se viven momentos de enorme congoja y en otras las personas parecen en una reunión social como cualquiera. Por un motivo o por otro nunca es una situación fácil.
No recuerdo qué fue lo que dije en esa ocasión, pero parece que dije dos veces “no sé”. Mientras me retiraba se acercó un hombre de unos cincuenta años que me dijo que era el hijo del difunto y agradeció mucho mi presencia y mis palabras. En ese momento, muy conmovido, me dijo que yo había dicho dos veces “no sé” y que él nunca había escuchado a su padre decir “no sé”. Sollozando me dijo: “el pobre viejo creía que sabía absolutamente todo". Me quedé en silencio y él siguió hablando un buen rato sobre lo difícil que había sido ser el hijo de alguien que lo sabía todo y que ahora, que él era padre, trataba de decirle a sus hijos muchas veces “no sé”. Que incluso cuando sabía la respuesta empezaba por generar un diálogo para encontrar una respuesta junto con su hijo y como resultado siempre aprendía algo en esa charla, algo que no hubiera aprendido si solo contestaba lo que ya sabía.
Con mi torpeza habitual le dije “no sé como agradecerte esto que me estás diciendo” y los dos nos reímos porque había vuelto a aparecer un “no sé”. Seguramente no vuelva a encontrarlo, ni siquiera sé (no sé) cómo se llama, pero este hombre nunca sabrá lo mucho que me enseñó en esos minutos.
Regresé a la parroquia pensando en cuánto bien nos perdemos en la Iglesia que tantas veces hablamos como aquel buen padre que “creía que sabía absolutamente todo”. Cuánto nos perdemos los curas cuando alguien nos pregunta algo que sabemos, pero no buscamos la respuesta junto con quien nos pregunta. ¡Cuánto no sabemos por no decir “no sé”!
Quizás la imagen más impresionante de los millones de imágenes del Papa Francisco fue aquella ante la plaza de San Pedro vacía cuando transitábamos el peor momento de la pandemia. Ese día, junto a toda la humanidad la Iglesia entera fue cercana y, sin palabras, pareció decir “no sé”. Tener fe no significa saber todo. Lo que nos da la fe es una confianza que nos permite decir muchas veces “no sé”. Un padre, una madre, un amigo transmiten seguridad por su cercanía y afecto, no por sus conocimientos.
Exacto, no se.
Gracias....